De los Pink supuestamente el único que tomaba drogas de manera profesional era el indescriptible Syd Barret. Por la psicodelia embutida que desprendían las canciones que facturó tanto en el conjunto como cuando le botaron de éste por tener un pH 0.3 en sangre, se podría casi casi jurar sobre la bicicleta del doctor Hofmann que por ahí iban los tiros (en este momento murieron muchas cosas: la amistad en la música, el rock como oficio de diletantes, la lealtad a los amigos de la infancia, el respeto al maestro....lo digo medio en broma, medio en serio). Waters, que siempre ha sido un cabronazo bastante grande, y los otros miembros se hacían los buenos y serios profesionales esperando que les fichara un sello y hacerse de oro. Entonces ¿cómo encaja una canción que habla sobre estar puesto en la discografía de unos tíos que siempre han ido de sanotes?
Pues no, no es que de repente les diera por confesar años de consumo de drogaínas. La aparente verdad es algo más rebuscada y sorprendente; sobretodo tratándose de rockeros. La letra está inspirada en un visita de Waters al dentista. Este le dió tranquilizantes a tuti sin tener en cuenta que poco después tenía un concierto. Por lo visto, el bolo se le hizo eterno y de ahí nació lo de estar panchamente drogado. Pero para que la pieza funcionara en el marco narrativo de The Wall, la tenían que salpimentar con otros temas que hicieran referencia al conjunto de la obra. Y de eso se ocupan esas magníficas líneas que hacen referencia a su infancia, a la avidez que tenía de crío y cómo todo eso se ha desvanecido ahora que la senectud da paso a una etapa donde uno ya no se siente cómodo tan fácilmente; con decir que hay que ir al dentista para estar a gustito, queda todo dicho.
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